No era exactamente como esperaba verte, envuelta en esa camisa a cuadros que te quedaba excesivamente grande, con el cabello desordenado a causa de quizás que cosa que hubieses estado haciendo.

Tu piel brillaba sudorosa, incluso brillaban las enormes y moradas ojeras que tenías.

Yo te veía desde la otra vereda, y cuando llegó el momento de cruzar la calle me quedé inmóvil esperando que llegaras a mi lado. Obviamente no me habías visto, nunca mirabas al frente, siempre con la vista pegada al piso.

Cuando estuviste cerca mío tuve que decir tu nombre dos veces para que te detuvieras. No me mirabas, pero sabías que yo estaba ahí, sin embargo querías simular que no sabías y yo sabía que simulabas.
Te detuviste, pero seguías sin mirarme y tuve que acercarme a ti y obligarte a subir la cara.

Cuando intenté que me miraras calló todo el pelo suelto en tu cara, pero no me importó. Te besé y el pelo se coló en nuestro beso y se llenó de nuestras babas, y yo sentía las hebras de pelo en mi lengua y en la tuya y como se enredaban, ojalá las hebras se hubiesen soltado de tu cabeza y hubiesen viajado por mi garganta hasta mi estomago, por lo menos algo de ti hubiese tenido en mis entrañas.